Aunque la calidad de vida de la mayoría de las personas ha incrementado significativamente a lo largo de los años, los problemas en el mundo parecen seguir multiplicándose. Solamente en el 2020, el brote de COVID-19 llevó a una de las mayores crisis multisectoriales de la historia. Aunado al devastador efecto generalizado de la contingencia en la salud la pandemia ha irrumpido violentamente en todas las dimensiones de la cotidianeidad.
Según estimaciones del CONEVAL, los niveles de desocupación en México persisten y las circunstancias actuales apuntan a un posible incremento de 6,1 a 10,7 millones de personas en pobreza extrema por ingresos. Paralelamente, problemáticas ya existentes como el cambio climático, las brechas en la educación, la escasez de agua, saneamiento y alimentos, así como la escalada de conflictos armados, continúan incrementando.
La vulnerabilidad que enfrenta la humanidad actualmente parece particularmente aguda. Sin embargo, la existencia de tragedias en el mundo no es nueva. Un simple recuento de la historia revela que los ciclos de violencia, los desastres naturales y las crisis parecen ser inherentes a la realidad.
El deseo de erradicar esta falta de paz ha inspirado a miles de personas a impulsar cambios revolucionarios a través del servicio público. En mi caso, fue mi formación como internacionalista lo que despertó este interés. Descubrir el terrible impacto de las fallas estructurales del sistema que hemos construido y conocer la aparentemente perpetua existencia de la desigualdad, el sufrimiento y la injusticia, me devastó profundamente. Esto me convenció de que debía dedicar mi vida a crear un mundo mejor, más amable y justo para todos y todas.
A pesar de que inicialmente el servicio público, tanto en instituciones gubernamentales como en organismos no gubernamentales me parecía una opción laboral preocupante debido a los prejuicios asociados a este, inconscientemente, mi atención gravitó hacia aquellas pasantías y voluntariados que me permitían participar en la resolución de problemáticas sociales. Finalmente, me convertí en analista de políticas públicas de tiempo completo.
Mi trabajo diario involucra un constante monitoreo de datos, generar análisis de temas coyunturales y contribuir al diseño y evaluación de políticas públicas. Estas tareas son comúnmente realizadas también en otros ámbitos. Sin embargo, el incondicional compromiso con el bienestar público distingue el trabajo de una analista cuya vocación es servir al público de manera peculiar.
Dado que intereses diversos tienden a estar entrelazados en este esfuerzo y que las consecuencias relacionadas con él son enormemente significativas, el servicio público involucra constantes negociaciones, decisiones delicadas y un estado de alerta constante. Tal como su reputación lo sugiere, el servicio público puede llegar a ser, exigente, agotador y frustrante. Si bien, el servicio público permite acceder a posiciones clave de toma de decisiones, los resultados no son siempre los esperados.
Aunque me considero una persona realista, como fiel creyente de que la consolidación de la paz es posible, ocasionalmente sufro grandes decepciones al notar que el cambio es demasiado lento y los pasos demasiado cortos. Como egresada del Bachillerato Internacional (IB), educada y alentada a aspirar siempre a ser mejor e ir más allá, aspiré siempre a convertirme en alguien y lograr algo.
Como muchos jóvenes, anhelaba ser un agente de cambio y organizar las revoluciones necesarias para mejorar el mundo de manera inmediata. Solía pensar que ningún movimiento o acción eran suficientemente significativos si su impacto era mínimo en el gran esquema de las cosas.
Ahora me he percatado de que cambiar el día de un solo individuo es igual de significativo y provechoso que conquistar el mundo. Escuchar a aquellas y aquellos que son silenciados y notar las luchas desapercibidas son acciones simples que constituyen la base para impulsar soluciones y responder a preguntas que no han sido planteadas.
Visibilizar los datos de la situación de vulnerabilidad que enfrenta la población, representar a las minorías, combatir las violencias y promover la equidad a partir de la inclusión son gestos pequeños que han iluminado días enteros. En este sentido, si alegrar el día de alguien puede generar un cambio en su vida, entonces tal vez es cierto que los pequeños pasos también son preciados y esenciales para construir los cambios mayúsculos que necesitamos. Aunque ciertamente los pasos pequeños no son suficientes y no debemos conformarnos, a veces, solamente el mejorar el día de una persona representa ya una revolución.
Si eres como yo, y estás ansioso o ansiosa por construir un mejor futuro, pero te frustra el ritmo del cambio, concéntrate en lo que puedes hacer en este momento y respira. Sin percatarte de ello, ¡posiblemente ya estés cambiando el mundo! No dudes en hacer lo que puedas, cuando puedas, porque tus acciones están construyendo los cimientos de un mejor mañana. Sé paciente, sé valiente y lucha contra todas las adversidades. ¡No te rindas!